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EL RASTRO NEUROPSICOLÓGICO DE LA COVID-19
¡Vamos a parar al virus! De eso estamos seguros. Pero de lo que cada vez nos cabe menos duda es de que la COVID-19 va a dejar un rastro importante. Y en gran medida este va a ser de tipo neurológico y neuropsicológico, afectando de lleno al trabajo en neurorrehabilitación como el que desarrollamos a diario en neurobidea.
Es por ello que nos vemos en la obligación de reforzar la argumentación popular de no bajar la guardia añadiendo información de capital importancia para la calidad de vida de todos.
Expresiones como “todos lo vamos a pasar, es inevitable”, “no se puede vivir con miedo”, “seguro que es algo inventado”, «a los jóvenes no nos hace nada»,… están a la orden del día en cualquier corrillo (de esos de menos de metro y medio de separación entre sus miembros y que llevan la mascarilla cubriendo la barbilla). La COVID-19 ha desbancado a la meteorología como recurso en el ascensor, a pesar de que ya sabemos que no deberíamos compartirlo con los vecinos.

Brotes, confinamientos y mascarillas,… hoy todos somos expertos en PCRs, cuarentenas, FFP2 y geografía después de este master que empezó por allá en marzo y del que amigos y familiares nos van actualizando al instante a través del grupo de Whatsapp correspondiente, como si de una suscripción de pago se tratara.
Nosotros mismos, hartos de todo lo que conlleva la prevención de la COVID-19 en nuestro ámbito sanitario, varias veces hemos llegado a pensar en relajarnos. Sin embargo, cada vez van apareciendo más datos que nos hacen dejar el pie bien pisado sobre el freno por la enorme repercusión que esta pandemia está teniendo a todos los niveles.
Desde la perspectiva de la neuropsicología debemos concienciar a gritos de que la COVID-19 va más allá de una enfermedad respiratoria. Y que, lejos de ser una dolencia breve de gente mayor, puede llegar a tener secuelas a largo plazo y graves en el global de la población.
¿Cómo es el curso de acción de la COVID-19?
La COVID-19 sigue su curso en dos fases:
- fase de incubación inicial en la cual a menudo se tienen síntomas clínicos insidiosos, pero aún no son altamente contagiosos.
- fase clínica sintomática en la que el sistema inmunitario se activa por completo y la enfermedad puede entrar en la etapa de infección grave.
Aunque muchos pacientes son conocidos por sus síntomas respiratorios, la mayoría tuvieron síntomas neurológicos en el primer o segundo día de la fase sintomática clínica. Se ha encontrado además que el accidente cerebrovascular isquémico (uno de esos síntomas desconocidos y que se estima que aparece en un 6% aproximadamente de los pacientes graves) puede ocurrir hasta dos semanas después del inicio de la fase sintomática clínica dentro de la amplía gama de consecuencias que pueden venir de la mano del virus.
Cada vez hay más información disponible acerca de las características de la sintomatología neurológica que le acompañan. El estudio ALBACOVID muestra en sus resultados que, de una serie de 841 pacientes ingresados por COVID-19 durante el mes de marzo, más de la mitad manifestaron síntomas neurológicos. Los más comunes fueron:
- dolor de cabeza y mareos
- confusión
- deterioro cognitivo leve
- pérdida de olfato
- alteración del gusto
- visión borrosa
- dolor muscular y nervioso
- ataxia (falta de coordinación en los movimientos voluntarios

Todos estos síntomas neurológicos preceden a las características típicas como fiebre y tos, que se desarrollan más tarde en estos pacientes. Pero por sí mismas pueden llegar a ocasionar complicaciones graves si no se detectan y manejan de forma temprana.
¿Cómo actua la COVID-19?
La COVID-19 probablemente deriva en un daño neurológico por dos mecanismos:
- Lesión cerebral hipóxica: la neumonía severa puede resultar en hipoxia (reducción de oxígeno) sistémica que conduce a daño cerebral. Esto puede provocar hinchazón neuronal y edema cerebral, lo que finalmente resulta en un daño neurológico.
- Lesión inmune inmediata al sistema nervioso central: la lesión mediada por el sistema inmunitario se debe principalmente a las tormentas de citoquinas con efecto inflamatorio y a la activación de linfocitos T, macrófagos y células endoteliales. Todo ello puede provocar encefalitis o ictus.
La revista Brain, ha publicado unos resultados sobre el impacto del coronavirus en el cerebro, mostrando una amplia variedad pero que coincide en el importante riesgo que supone por la probable repercusión de esta afectación en el terreno neuropsicológico de las personas. Los autores de este seguimiento los han clasificado en cinco categorías:
- Encefalopatías con delirios y psicosis.
- Procesos inflamatorios en el sistema nervioso central.
- Accidentes cerebrovasculares como el ictus (en menores de 65 años).
- Trastornos neurológicos en el sistema nervioso periférico.
- Un último grupo de difícil clasificación (alteraciones en la médula espinal, microhemorragias cerebrales o hipertensión intracraneal).

No han encontrado una relación entre el grado de gravedad de la COVID-19 y la aparición de problemas neurológicos. Esto significa que los casos de más gravedad por síntomas en coronavirus no tienen por qué ser los que van a tener problemas neurológicos, ni por el contrario, qué los casos leves se libren de tener estos problemas a nivel del sistema nervioso.
Jesús Porta, neurólogo y vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN), comenta que “no es el virus lo que afecta directamente al sistema nervioso central” sino que la causa de los trastornos estaría en la respuesta exagerada del sistema inmunitario. La SEN publicó que al menos un 36% de pacientes infectados por COVID-19 podrían sufrir alguno de estos impactos.
Michael Zandi, del Instituto de Neurología Queen Square, apunta que “Los enfermos y sus diagnósticos tienen una correlación directa con los efectos de bajos niveles de oxígeno en el cerebro en las encefalopatías”. También que la acción del sistema inmune sobre el cerebro y el tejido nervioso explica mejor los trastornos neuroinflamatorios y neurológicos que la llegada del virus al área cerebral. Como consta en su estudio, no encontraron ningún caso en el que el coronavirus hubiera accedido al cerebro.
Ya podemos hablar pues de un perfil neuropsicológico (y también físico) post-Covid en el cual se puede y debe trabajar. A pesar de que los datos de las investigaciones están llegando aún a las editoriales de las revistas científicas y, por tanto, no se conocen minuciosamente y con una perspectiva longitudinal los efectos concretos del virus en el cerebro, resultaría negligente el menospreciar su repercusión en aspectos cognitivos.
Hay que tener en cuenta esas presumibles consecuencias en las funciones cognitivas (memoria, atención, funciones ejecutivas, lenguaje, habilidades visoespaciales,…), ya que pueden llegar a ser muy graves, irreversibles e incapacitantes.
Incluso no podemos descartar la posibilidad de que aquellos pacientes llamados “asintomáticos” puedan desarrollar problemas a nivel neurológico que pudieran manifestarse a largo plazo y no ser precisamente leves, a consecuencia del virus.

Siempre hay algo que tú puedes hacer
Resulta básica la prevención: concienciarse uno mismo, tener uno o varios motivos para llevar a cabo las recomendaciones frente a la COVID-19. No vale con seguir el lema de responsabilidad individual para ayudar al colectivo. Lo que en verdad nos sirve es la empatía hacia el sufrimiento de los demás y también hacia el propio. Incluso el miedo a padecer secuelas físicas y cognitivas.

No nos olvidemos de la intervención: en caso de que hayas experimentado en tus propias carnes los síntomas de la COVID-19 o alguien de tu entorno haya pasado por ello y tengas la sensación de que ello ha derivado en una merma en el rendimiento, puede resultar fundamental el realizar una evaluación neuropsicológica que determine si es recomendable realizar un trabajo de estimulación cognitiva para mejorar la funcionalidad.
